miércoles, abril 05, 2006

Pensar en Israel VII


Una vez más a la terminal de ómnibus para llegar a Jerusalem.

Pasaría dos noches en Jerusalem, y el tercer día temprano en la tarde, partiría en un taxi hacia Ben Gurion para abordar, a la noche, el avión de El Al hasta París, y desde París con un cambio de aeropuerto, el vuelo a Buenos Aires.

Durante la tarde de este primer día hice un par de averiguaciones relacionadas con la visa, Seguro Nacional de Salud y eventual ayuda económica que Israel otorga a todos los inmigrantes, y las condiciones en que la misma se concreta.

Me quedó algo de tiempo para caminar por las calles céntricas, la famosa Ben Yehuda, peatonal llena de cafés y comercios.

Al día siguiente llamé a la médica cuyo nombre y número telefónico me había dado un psiquiatra de Buenos Aires. No sabía nada de ella, y dado que al día siguiente me iba de la ciudad y del país, aceptó que la viera esa misma tarde. Su consultorio estaba en Talpiot, un barrio relativamente apartado en el sudeste de Jerusalem. Me dió todas las indicaciones para llegar hasta el lugar.

En el micro hacia Talpiot, y mirando hacia el camino a mi izquierda, sorpresivamente pensé en Bezalel, la escuela de arte de Jerusalem y de la que Marisa, siendo aún muy jóven me había hablado como de un lugar de excelencia para estudiar arte. No vislumbrábamos ni la enfermedad ni Israel en nuestro futuro, y cuando ella especulaba con el lugar adonde podría estudiar arte, ya que se iba perfilando como una buena escultora, recuerdo haberle preguntado por qué debería irse tan lejos.

Seguramente en ese momento debo haber pensado, y así se lo debo haber manifestado, que tendría las puertas abiertas para estudiar en cualquier lugar de excelencia.

Junto con el recuerdo de Bezalel, surgieron una muchedumbre de cosas olvidadas y enterradas, cuya existencia misma me hubiera aparecido improbable, y al reaparecer me di cuenta que habían estado ahí, formando parte de mi realidad.

Apareció también la casi adolescente Marisa, persiguiendo al profesor de tenis de un club para que le permitiera integrar el equipo en la categoría "cadetes", que representaba al club. Lo había conseguido, y todo el entrenamiento lo había emprendido con mucho entusiasmo. Y ahora en algún rincón del algún placard estaban aherrumbadas las raquetas, que ella cuidara amorosamente, preguntándose que designio las había condenado al olvido.

Cómo podían asaltarme tantos recuerdos?

Volví a la realidad del micro, y sorpresivamente también me di cuenta que por un momento había dejado de escuchar la radio del mismo, eternamente, en ése y en todos los micros, sintonizando las noticias, por supuesto en hebreo. Tal fue mi grado de abstracción.

Me bajé cuando creí que, de acuerdo a las indicaciones de la psiquiatra, había llegado. Empecé a caminar y me di cuenta que me había bajado antes de lo que correspondía. Decidí preguntar y seguir caminando.

En el barrio había muchos monoblocs y debía llegar hasta uno identificado obviamente con un número.

Pero parece que mi sino es perderme en Jerusalem. Esta vez no me perdí en un barrio árabe, ni me miraban caras extrañas, sino gente amigable, que intentó ayudarme con sus explicaciones.

Pero por alguna razón desconocida o no, parecía que yo quería perderme y no llegar a destino. Decidí, entonces, tomar el micro que de vuelta me llevó hasta la terminal de Jerusalem.