domingo, marzo 19, 2006

Israel, antes de pensar en Israel



Estaba en París concluyendo un viaje, y ya debía volver a Buenos Aires, cuando se me ocurrió extenderlo con una breve estadía en Israel.

En París compré el tramo aéreo y los servicios terrestres. Viajar en un tour no es mi estilo preferido de viaje, pero tratándose de un país como Israel, en el que el idioma hebreo es condición necesaria para moverse dentro del mismo con comodidad, parecía tener sentido viajar con otras personas, y con un guía que obviamente conocería el idioma, ya que en Israel hay muchísima gente que habla perfectamente 4 o 5 idiomas, pero también está quien no nabla más que hebreo.

Yo conocía bastante de Tel-Aviv y Jerusalem casi exclusivamente, pero nada de otros lugares, y en este viaje aunque someramente conocí todos esos puntos turísticos característicos de este tipo de excursiones: Massada y el Mar Muerto, Tiberiades y el Mar de Galilea, Haifa y los jardines persas, Nazareth, Belén, etc.

El viaje lo recuerdo como muy placentero. La gente del tour, una mezcla de brasileños, colombianos, venezolanos, americanos y franceses y yo, la única argentina, resultó estupenda y armamos un grupo, con edades diferentes y un montón de otras cosas diferentes, muy homogéneo y siempre bien dispuesto. No había nadie a quien le cayera mal algo o alguien. Todo era motivo para festejar, y así ocurrió durante los 15 días que permanecimos juntos, supongo que también contribuyó a ello, un excelente guía chileno con residencia en Israel, cuyo nombre, recuerdo, era Pablo.
El Mar Rojo con su color azul cristalino y con la cadena de montañas de diferentes tonalidades que corren paralelas al mar, se me antojó inovidable.
Había, recuerdo, un faro, a cuya parte más alta se accedía por unas escaleras en caracol, pudiendo el visitante, optar por no subir hasta la punta, y observar el mar desde lugares intermedios.
Para llegar hasta el faro era necesario atravesar una plataforma sobre el mar (el faro estaba bastante alejado de la costa). Atravesar esa plataforma ya era un espectáculo en sí mismo, que decir de llegar hasta arriba y ver en toda su extensión el mar azul- turquesa.
En el Mercado de Jerusalem, pintoresco por cierto, en la ciudad vieja, apreciamos la cantidad de artículos y artesanías que se venden en una forma de regateo bastante inusual.
En un momento de distracción, me separé de mis compañeros. La cantidad de gente que iba y venía en el mercado, me impedía encontrarlos. Finalmente acepté que me había perdido, que no sabía bien donde estaba. No podía encontrar la puerta que me llevara a la calle King David, por la que habíamos ingresado.
Caminando fui a dar con un barrio que yo supuse árabe, un barrio que se iba desenvolviendo en curvas, por las que era más difícil aún ubicarse.
No se bien cómo, encontré en una calle más ancha, bastante alejada del mercado, un patrullero israelí . Lo paré y le explique lo que me pasaba. Secamente me dijo: Come in. Me pregunté si en Buenos Aires me hubiera metido adentro de un patrullero, así como así, pero no tenía alternativa. Subía o subía. Subí. Me preguntó adonde iba. Le di el nombre del hotel.
Durante todo el trayecto que no fue muy largo, no me dirigió la palabra. Miraba fijamente la ruta y yo me preguntaba en que estaría pensando. Pasando una curva, y sin que yo me diera cuenta apareció erguida una torre que me indicó que habíamos llegado al hotel.
Frenó, y con un ademán me indicó que bajara.
Atiné a darle las gracias, y me quedé pensando un rato en el incidente. Había sido poco amable?Debía haber sido más amable? La amabilidad nunca está de más, es cierto, pero el hombre me había rescatado de una situación un tanto peligrosa, entendiendo que esa era su función como policía de Jerusalem, y la cumplió de maravillas.

En la excursión no estaba incluída, y yo lo sabía, una visita a la Sinagoga de la Universidad Hadassah, donde están los famosos vitrales de Chagall. Aún así le pedí al guía, que nos llevara a verlos. El contestó que no podía modificar la ruta, pero yo no perdía oportunidad para hablarle del tema.

Una mañana, muy calurosa, la última, hicimos varias visitas y finalizamos en el Domo de la Roca . Estábamos cansados y tristes, quizás, porque ya se estaba terminando el viaje. Esa noche en el hotel de Jerusalem, sería la última noche. El grupo tenìa que despedirse, disolverse y como en todos los grupos, esto entraña una situación dolorosa a atravesar.
Algunos dormitaban en el micro, cuando sorprendentemente, el micro que debía llegar al hotel, paró en otro lugar. Cuál no sería nuestra sorpresa y la mía al decubrir que estábamos frente al Centro Médico de la Universidad Hebrea, en cuya sinagoga están alojados los vitrales de Chagall.

Que emoción! Llegamos a la sinagoga, y el silencio era casi tangible. La luz que provenía del exterior parecía sobrenatural y ahí se alzaban las doce ventanas. Fue como ingresar a otro mundo. Los colores se habían escapado por todas las curvas. Que fuerza tenía, el color, las líneas, las formas envolventes! Que regalo para esa mañana calurosa, y para el fin de ese pequeño viaje que resultó tan gratificante!
"My modest gift to the jewish people, who have always dreamt of biblical love, of friendship and peace among all people to that people who lived here, thousands of years ago, among other semitic people. My hope is that I hereby extend my hand to seekers of culture, to poets and to artist among the neighboring people"
Marc Chagall