miércoles, abril 05, 2006

La vuelta a Buenos Aires


Me volví entonces, sin encontrar la casa. Llamé a la psiquiatra desde el hotel y por lo que le expliqué, parece que había estado muy cerca.

Ya no podría verla porque al día siguiente partía. No recuerdo con claridad el diálogo, pero sí que quedé en llamarla si volvía a Jerusalem.

En Jerusalem, a diferencia de Tel Aviv, me sentí más bajoneada. No se si porque estaba sola o porque no había vislumbrado nada concluyente.

Israel es un país caro y ya veníamos gastando mucho dinero con la enfermedad de Marisa y este viaje, más los viajes que debería hacer antes de tener un panorama más amplio, insumiría aún bastante más dinero.

Pero con la enfermedad mental no se pueden hacer cálculos, ya que es como tener un socio perverso, al que nunca sabremos exactamente lo que le tendremos que pagar.

De modo que muchas de las previsiones que cualquier persona puede hacer sobre sus ahorros y como utilizarlos o o invertirlos, no cuentan para nada cuando se está en una situación como la nuestra.

Y esto es aún más patente, evidente, y cierto cuando uno pertenece a un país como Argentina, en el que el Estado lo único que nos ofrece y nos garantiza, sin lugar a dudas, es la desprotección más absoluta.

Desde la medicina privada el panorama no es más alentador, y lo único que podemos prever con absoluta claridad es que siempre, y cualesquiera sean las circunstancias, vamos a necesitar mucho dinero para afrontar tanto lo cotidiano como lo contingente.

El último día me entretuve un rato por la mañana con la valija y luego salí a caminar sin rumbo fijo.

Francamente me embargaba una sensación de frustración. Traté de decirme que un proyecto de esta envergadura conllevaría, sin duda, momentos de frustración y otros de esperanza. Pero no conseguí reanimarme mucho.

Llegué con tiempo a Ben Gurión, aeropuerto en el que uno se suele encontrar con larguísimas colas para hacer el check in.

De todos modos, me quedó tiempo para ir a la cafetería, donde estaba Ruth que se había llegado para despedirme.

Traté de parecer un poco más despreocupada mientras charlábamos. Me ofreció su casa de Ramat Aviv para pasar el tiempo que necesitara cuando volviera a Tel Aviv.

Después de un par de cafés... me esperaba un largo viaje.